Tuve la necesidad de ir al diccionario porque las palabras, de tan reiterativas, a veces se desgastan, a riesgo de perderse su significado, y esto lo afirmé en otros artículos.
“Resucitar”, de “resucitare”, “re” y “suscitare”, “despertar”. “Volver la vida a un muerto”. “Restablecer, renovar, dar nuevo ser”. “Volver a la vida”.
Difíciles tiempos para la fe. Es por la fe que volvemos a la vida. Tiempos no menos difíciles que los de hace 2000 años. Pero el mensaje de Jesús es atemporal y sigue siendo el mismo. Dio su vida y resucitó. “Dio nuevo ser”, “volvió a la vida”. Propulsó la fe en Dios, la fe en el hombre, la esperanza de un mundo nuevo. “Restablecer”. “Renovar”. Hasta podríamos decir que Jesús nunca murió, ya que su fuerza espiritual hizo “volver a la vida” a toda la humanidad por su misión de redentora.
Jesús, su vida, su muerte de cruz, y su resurrección, es el misterio de amor más grande de todos los tiempos. Cruza racionalmente la frontera del dolor y de la muerte, y excede a cualquier lógica. Por eso accedemos solo por la fe al mundo espiritual. Las barreras físicas, tangibles, frágiles en alguna medida nos impiden la comprensión, pero para eso vino El, para legarnos un sentido supremo y trascendente. La pascua.
Nosotros somos pequeños barquitos en el mar de los creyentes, y a veces no comprendemos la pascua, el paso hacia la orilla de la luz original.
Ansiamos llegar a la playa donde un día también como Jesús, vestiremos un cuerpo glorioso, después de haber andado mucho camino con la cruz a cuestas.
Creemos en la resurrección de los muertos. Lo decimos en el credo. Afirmamos que la dimensión de la vida se continúa en eternidad, porque tenemos la fe en Jesucristo resucitado. “Pues Cristo probó la muerte, y luego la vida, para ser Señor tanto de vivos como de muertos”.
Pero hasta que llegue esa instancia, hay otras pascuas. Las pascuas cotidianas, donde también morimos y resucitamos, con nuestras cruces de todos los días. Cada etapa de la vida nos trae un nuevo desafío en cuanto a este “paso”. Atravesados por la realidad nacional, familiar, personal, cuántos de nosotros vivimos cuaresmas largas, en muchos sentidos… afectivos, proyectivos, desiertos personales…
Meditando en los versículos de Romanos 14- 9, podemos deducir que nadie está realmente vivo si no tiene a Jesús como guía. Pienso en todos los muertos a la fe, que por más vida llena de aparentes éxitos o cotidianos placeres, se autodefinen como parte de un sistema encerrado en la biología.
Vivimos de alguna manera muertes temporales, que son reales, tiempos en donde no hallamos alegría o bienestar, incluso donde decae nuestra fe, hasta que luego nos recuperamos y seguimos adelante por la fuerza que el Espíritu Santo nos da, aún en los momentos más oscuros. Así, está llena de pascuas la vida. No solo las del huevo de chocolate, no solo las nuestras. También las pascuas de los otros.
Hoy día vemos muchos muertos en vida que caminan alrededor nuestro.
Hay muchos que creen que están vivos en sus cotidianas rutinas y representan justamente lo contrario a lo que quieren demostrar.
Ningún tipo de ateismo es muestra de libertad, tampoco resalta algún tipo de compromiso los códigos vacíos de hoy. Pero es el Espíritu Santo el que nos hace confesar a Jesús como “Señor”, “ante quien toda rodilla se dobla”. Tarde o temprano, ahí está la resurrección del ser humano, creyentes y no creyentes, de más o menos fe.
En ese “doblar la rodilla” ante la presencia de Jesús. Siempre creo que los que no creen lo tienen más presente que los que creemos (alguna vez alguien dijo que toda ausencia es presencia).
Hay que estar abierto de corazón y reconocerse molido de dolor para poder doblar la rodilla y buscar a Dios. Doblar la rodilla frente al prójimo, también frente a nuestros problemas y dificultades. La pascua es morir al ego de alguna forma, como Cristo, que fue capaz de ofrecerse frente a tanta injusticia y desidia del hombre.
Las cadenas aún existen en el individualismo. Solo a la luz de la fe en Jesús Resucitado podemos encontrar la llave para abrir el candado y liberarnos de tantas miserias.
La puerta de la eternidad es para los que quieren entrar de la mano de su Señor.
Ya dijo que no era ancha ni espaciosa, pero es El quien la engrandece a la hora de pasar.
“Volver a la vida”, “resucitar” decíamos al principio.
También es secarse las lágrimas, como en el paño de la Verónica, y dejar que Cristo imprima su rostro en nuestros corazones para “despertar” al amor.
No somos de madera. De madera es la cruz. Y sin cruz, no hay paso a la vida, no hay resurrección.
Que el Espíritu de Jesús esté con nosotros, en esta pascua y siempre.
Alejandra
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