Lluvia de Rosas es y seguirá siendo gratuito para todo el mundo, y es por ello que necesitamos de su ayuda para seguir creciendo como instrumento de propagación de la fe católica a través de Internet:
“En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor” (B 3v).
Llamada y elección.
Teresa fue tomando conciencia de su dignidad de hija de Dios y de ser miembro de la Iglesia. Antes de entrar en este momento de oración revivimos la llamadahecha a cada uno de nosotros. “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Ped 2,9).
Agradecimiento.
Es el momento de agradecer a tantas personas que nos han ayudado en el camino eclesial: padres, amigos, catequistas, sacerdotes. “No está prohibido mantener en familia el combate contra el mal” (C 9r). “Se muy bien que Dios no tiene necesidad de nadie para realizar su obra. Pero así como permite a un hábil jardinero cultivar plantas delicadas y le da para ello los conocimientos necesarios, reservándose para sí la misión de fecundarlos, de la misma manera quiere Jesús ser ayudado en su divino cultivo de las almas” (A 53r).
Una familia a su cargo.
Cada orante tiene una familia a su cargo. El Padre Dios nos va dando hermanos mientras hacemos el camino igual que hizo con Jesús.
También con Teresa. Pranzini, los sacerdotes, los pecadores, los misioneros, los ateos, las diferentes vocaciones dentro de la Iglesia fueron entrando y enriqueciendo su corazón. Teresa cuida de cada uno con entrañas de madre. “Un domingo, mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de una de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas” (A 45v). (Momento de silencio para recordar ante el Señor a las personas que ha puesto a nuestro cargo).
Una tarea común.
Teresa vive su vocación de carmelita, pero por el amor vive las vocaciones de todos. Desde la atalaya del Carmelo apoya a cada uno, ora por cada uno, lleva la cruz por cada uno. Así le dice a un misionero: “Al igual que Josué, usted combate en la llanura, y yo soy su pequeño Moisés, y mi corazón está elevado incesantemente hacia el cielo para alcanzar la victoria. Mas ¡qué digno de compasión sería mi hermano si Jesús mismo no sostuviese los brazos de su Moisés...!” (Ct 201). (Apoyamos la tarea eclesial de otros hermanos. Damos gracias a Dios por todo lo que cada uno aporta desde su vocación en el intercambio de dones).
Una meta.
El caminar juntos no sólo vale para esta tierra, sino que se prolonga por toda la eternidad. El deseo de Jesús: “Que todos sean uno”, es el deseo de Teresa, es también el nuestro: “Señor, cuando digo que deseo que los que tú me diste estén también donde yo esté, no pretendo que ellos no puedan llegar a una gloria mucho más alta de la que quieres darme a mí. Quiero simplemente pedir que un día nos veamos todos reunidos en tu hermoso cielo” (C 34v).
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