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Las intuiciones PDF Imprimir E-Mail

Volvamos ahora al pasado de Celia. Duran­te algunos años, la situación financiera de la economía del gendarme retirado se encontra­ba seriamente comprometida; el trabajo de las hijas la debiera haber aliviado. En 1848 (Celia iba a cumplir diecisiete años) la casa de la ca­lle de San Blas sufre modificaciones con mi­ras a abrir en la planta baja una pequeña cafe­tería y, en el primer piso, un salón de billar. Mientras el retirado se dedicaría por afición a trabajos de carpintería, su mujer se ocupará de la cafetería. Los esposos esperan conseguir así, con la explotación de un despacho de be­bidas, un indispensable complemento de re­cursos. Pero esto no se realizará nunca. Lleva­da por su carácter intransigente, la señora Guérin reprende a los consumidores. A los clientes no les resultan agradables las reflexio­nes moralizadoras, y se marchan a otros sitios en busca de lugares de esparcimiento menos austeros (cf. Summarium II,91 ).

 Así es cómo Celia tiene el don de la intui­ción, sin que ella se lo pueda explicar. Los hechos están ahí. La víspera de sus veinte años hace una novena a la Virgen Inmaculada para orientarse en la elección de un trabajo profe­sional: súbitamente se da cuenta con claridad, este 8 de diciembre de 1850, como si la cosa se la hubiera dictado la Madre de la familia de Nazaret: "Manda hacer punto de Alençon"... El 8 de diciembre será siempre para ella "un día memorable: he obtenido dos veces grandes gracias en este día", escribe (CF 16), "es para mí una gran fiesta" (CF 147).

La idea de Celia no era, pues, la de hacer "punto de Alençon", que entre las labores de encaje era considerada la más bella y refina­da, sino (¡a sus veinte años!) la de mandar hacer, es decir, poner a otras obreras a su ser­vicio y reservarse el unir los distintos trozos, enmendándolos si fuera preciso. Y "se nece­sitaba ser muy experta en las uniones para que quedara invisible la costura, escollo triunfo de los virtuosos", escribe el P. Pi, (Historia de una familia, Oficina central d Lisieux, 1947, p. 42).

 La madre Guérin aprueba el proyecto de Celia. A condición, sin embargo, de que... la hija mayor, María Luisa, lleve la responsabilidad de la empresa. Las jóvenes no están relacionadas con las familias ricas de Alençon pueblo además bastante pequeño; será, pues, necesario encontrar salida en París. Tras gestiones tenaces, se gana la confianza de la casa Pigache, de la que Celia se convertirá en fabricante fija. Durante la Exposición industria de Alençon, Celia conseguirá personalmente los elogios del jurado por "la belleza" de su encajes, "la riqueza de sus diseños" y su "inteligente dirección". Nos encontramos ahora en el 20 de junio de 1858. Un mes más tarde Celia se casará.

La decisión concreta de casarse la toma igualmente, a continuación de una intuición fuera de lo común. Sus hijas recogerán la confidencia. Un día, al atravesar en Alençon el puente de San Leonardo que salva el Sarthe cuando pasa un joven distinguido -que es Luis Martin- el corazón de Celia sabe que "él" será el elegido. Durante tres meses, una primavera, Celia y Luis se reencuentran, se hablan se estiman, se quieren con amor puro y profundo como dos lagos que se bordean. Deciden unir sus corazones y sus pensamientos el un destino común aún desconocido, que creen ser querido y guiado por Dios.

Una vez casados, Celia transfiere su "oficina" a la casa de su marido, calle del Puente Nuevo 15, donde los padres Martin habitan el piso de la planta. Por su trabajo laborioso, coronado de éxito, se encuentran ya bastante desahogados. Luis posee la casa con el jardín, así como la pequeña propiedad del "Pabellón" además, de los fondos del comercio de la relojería aporta 11.000 francos (que corresponder a unos 75.000 dólares americanos a principios de 1995). Celia lleva como dote y como fruto de sus ahorros personales alrededor de 5.000 francos.


 

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