El amor con que Jesús rodeaba a Teresita no la dispensó de sufrir…
Esta vida que comenzaba a florecer y a dar sus primeros pasos tuvo, prontamente, su primera amargura: la muerte de Celia, su mamá. Teresita conservó siempre los detalles de la enfermedad y muerte de su madre: la unción en la que estuvo presente junto a sus hermanas y su padre, el último beso que ofreció a su mamá ante el pedido de Luis, su padre, la tapa del ataúd que le parecía muy grande y muy triste, ante su mirada de niña, la bendición de los restos en la Iglesia y el lamento de los presentes…
A este primer sufrimiento le siguen: el tiempo de internado, como alumna en la Abadía, que, según Teresita “Fueron los cinco años más tristes de toda su vida” (Ms A 22 r°); La “dolorosa prueba que destrozo el corazón de Teresita cuando Paulina entra al Carmelo” (Ms A 25 v°) y la “extraña enfermedad” (Ms A 27 v° - 28 v°)
Estas heridas pincelaron en Teresita una obra de arte de la cual será Dios el artista. En palabras de Teresita: “Si el lienzo que pinta un artista pudiera pensar y hablar, seguramente no se quejaría de que el pincel lo toque y lo retoque sin cesar; ni tampoco envidiaría la suerte de ese instrumento, pues sabría que la belleza que lo adorna no se la debe al pincel sino al artista que lo maneja”. (Ms C 20 r°) Heridas que provocan en la vida de Teresita amor en vez de odio y señalamiento, perdón en vez de enojo, sonrisas en vez de amarguras, vida en vez de muerte… Arte de Dios en Teresita.
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