El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
Teresita decia:
«Quiero que Jesús se apodere de mis facultades de tal manera que mis acciones humanas y personales se transformen y divinicen, bajo la inspiración y dirección del Espíritu de Amor.» Santa Teresita
Santa Teresita deseaba vivir su vida bajo la influencia del Espiritu Santo, y es este deseo tan profundo y sincero de llegar a la perfeccion, lo que la condujo a la santidad.
El abandono y la entrega fueron la fórmula perfecta para alcanzar sus dones, sus regalos prometidos. Un alma serena, una actitud pasiva fue la manera cómo Teresita se dejo abrazar por este Espiritu de Amor. Es allí donde se apodera de su ser, la conduce y entonces, solo entonces, culmina su obra.
Como menciona el P. Liagre en "Retiro con Santa Teresa del Niño Jesús", para dejar al Espíritu Santo la vía libre, hemos de procurar permanecer internamente apaciguados, en una actitud de serenidad, de reposo y de paz.
Para nuestra Santa la solución está en dos palabras muy sencillas (a ellas se reduce su vida y su camino); dos palabras que ya conocemos, pero que adquieren nuevo significado, nuevo relieve e importancia. ¡Humildad y confianza! Ahí está todo. No busquemos otra explicación, ni la recarguemos con consideraciones superfluas.
Reconocimiento sereno, plenamente aceptado, de nuestra impotencia, de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad; aceptación sincera, libremente confesada en la presencia del Señor; humildad sincera.
Entonces la mirada confiada del alma se vuelve hacia el Amor infinitamente Misericordioso de Dios, esperando que su acción Todopoderosa realizará en la nada de la criatura que a El se entrega su obra de santificación; confianza sin vacilación.
Teresa supone, evidentemente, que las almas de buena voluntad, es decir, las que tienen un deseo sincero de amar a Dios y de agradarle en todo, tienen también esas dos disposiciones, humildad y confianza. Entonces el Espíritu Santo actuará en ellas, las guiará, las iluminará, las fortalecerá y las conducirá rápidamente con suavidad y firmeza al grado de santidad a que Dios las destina. Así dispuesta el alma, atenta al interior, hará sencillamente en cada momento lo que crea ser voluntad de Dios, olvidándose de si, dejando a un lado sus propios gustos y deseos. El Espíritu Santo obrará libremente en ella, y sus Dones actuarán cada vez con más perfección.
En este alma se hará realidad el deseo de Teresa: Jesús se apoderará de sus facultades de modo que sus actos humanos y personales se divinicen y transformen bajo la inspiración y dirección del Espíritu de Amor.
¡Dichosas las almas pequeñas que se dejan conducir por este Divino Espiritu!
Al igual que Teresita, dejémonos guiar para que todas nuestras acciones se divinicen por la dirección del Espiritu Santo que ya llega!!!!
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