Teresita escribe al final de su vida: «para mí, la oración es el impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría» (C 25r). 

Y asi debe ser nuestra oración, un impulso, dejándonos llevar por ese fuego que quema en nuestra alma y nos acerca a Dios.

Busquemos momentos para orar, para gritar con el alma lo que deseamos pedirle a Dios. Que sean nuestras acciones las que dejen experiencias vivas en el corazón de nuestras familias y amigos. Imitemos a Teresita y desde el silencio, con nuestro ejemplo, llevemos el amor y la oración a nuestros seres queridos.