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Sencillez de Santa Teresa del Niño Jesús PDF Imprimir E-Mail

«Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado» (Luc. 11, 34).

Quisiera hablar de la sencillez de Santa Teresa del Niño Jesús. Sencillez de su vida espiritual, de su doctrina espiritual. Quizá hubiera sido mejor empezar por ahí. Tras mi intento de analizar la «santidad» de nuestra Santa, he sentido un escrúpulo. ¿No la habré deformado, pretendiendo darla a conocer? ¿No la habré despojado de lo que constituye su encanto característico, la sencillez?

Es todo tan sencillo en este alma que, so pretexto de estudiarla, correremos el riesgo de complicarla. Plegue al Señor que tal no suceda. En la medida en que haya cometido ese sacrilegio, deseo repararlo en este capítulo.

La sencillez es, sin duda alguna, la nota característica de la santidad de Teresa. Una sencillez tal que resulta casi inexplicable. Hablar de ella es arriesgarse a falsearía. Somos tan complicados que la idea misma de la sencillez se nos escapa cuando queremos definirla. Y llegamos a complicar y oscurecer esta cosa esencialmente simple: la sencillez. Sin embargo, es necesario subrayar este matiz de la figura espiritual de Teresa, precisamente porque la sencillez constituye su nota característica. Sólo así podremos comprenderla y aprovecharnos de sus enseñanzas. Dios Nuestro Señor nos ha concedido una gracia de primer orden, presentando a nuestros ojos, como plasmada en Teresa, esa cualidad moral tan difícil de concebir y de practicar: la sencillez. Teresa del Niño Jesús es en verdad un modelo de sencillez.

1

Veamos, ante todo, qué es lo que Teresa excluyó en su vida espiritual. Procediendo por eliminación, comprenderemos mejor ese elemento simplicísimo que llamamos sencillez.

Por un instinto sobrenatural fue eliminando progresivamente de su vida:

a) el artificio;

b) la complicación;

c) la multiplicidad.

a) El artificio. En nuestra Santa, nada de amaneramiento ni de afectación, nada de previsiones calculadas. Recordemos sus palabras: «Los libros no me dicen nada; el Evangelio me basta». Todo lo artificioso le repugna. Otro pasaje que ya conocemos aclara aún más esta idea: «A veces, cuando leo ciertos tratados en los que el camino de la perfección se presenta sembrado de obstáculos, mi espíritu se fatiga pronto; cierro el libro que me rompe la cabeza y me seca el corazón, y abro la Escritura Sagrada. Entonces todo me parece luminoso.., la perfección me resulta fácil».

Teresa ha comprendido cuánto estorba a las almas sencillas todo artificio; métodos rígidos, procedimientos ficticios, exámenes presentados a modo de un problema de matemáticas. Sin pretenderlo y sin sospecharlo siquiera, Teresa busca en las más puras fuentes de la Escritura, del Evangelio, el fundamento de una ascética que tiene su raíz en los orígenes del cristianismo y extiende su poder santificador a lo largo de tantos siglos. Su doctrina parece una invitación, y ésta fue sin duda su misión. Sólo así puede comprenderse su «caminito».

Teresa no rechazó de modo consciente los métodos arriba citados. Pero se sintió suavemente atraída hacia un camino más espacioso, más seguro: el trazado por Cristo en el Evangelio. Retengamos esta idea.

b) Tampoco hubo complicación en el camino de nuestra Santa; segunda nota negativa de su sencillez.

«A las almas sencillas como la mía les estorban las complicaciones».

Nada de rebuscamiento en la práctica de la virtud. Jamás se preocupó de catalogar ni de señalar los diversos estados de oración, como tampoco le pasó por la mente la idea de dividir en múltiples etapas o grados la práctica de la virtud; de la humildad, por ejemplo, o de la caridad. ¿Se entregó a la adquisición sucesivamente metódica de alguna virtud en particular? Creo más bien que las ejercitó todas según lo iban exigiendo las circunstancias de la vida cotidiana. ¿Se ejercitó en el examen particular sobre tal o cual virtud? Nada lo hace suponer. Sus exámenes debían ser sumamente sencillos, pues era enemiga de llevar la cuenta de sus acciones. «Algunos Directores aconsejan que se lleve la cuenta de los actos de virtud para adelantar en la perfección. Pero mi Director, que es Jesús, me enseña a no contar mis actos; quiere que lo haga todo por amor». El Venerable Padre Libermann decía: «El gran medio de hacer bien el examen es mantenerse suavemente en la presencia de Dios; entonces sin pretenderlo se lleva perfectamente el control de todas las acciones». Así lo hizo Teresa.

c) Enemiga del artificio y de la complicación, no lo fue menos de la multiplicidad. Por instinto le repugnaba multiplicar sus prácticas. Discutían un día en su presencia sobre cuáles serian las prácticas que mejor conducen a la perfección. «No -dijo ella-; la santidad no está en tal o cual práctica; consiste más bien en una disposición del corazón que nos hace humildes y manejables en manos de Dios». El mismo criterio tenía respecto a la multiplicidad en la intención. Una Novicia le manifestaba su pena de no saber renovar su intención y enderezar su voluntad con frecuencia. «Eso no es necesario -le dijo la Santa-, cuando el alma está enteramente entregada a Dios.» Fijémonos en esta palabra, «enteramente entregada»; en seguida encontraremos que ella rezuma la sencillez. Y añadió: «Bueno es recoger frecuentemente el pensamiento y dirigir la intención, pero sin apremio de espíritu. El conoce las fórmulas con que quisiéramos expresarle nuestro amor, pero se contenta con nuestro deseo. ¿No es acaso nuestro Padre? ¿No somos sus hijos?».

No le gustaba que sus Hermanas se dejaran llevar de la preocupación por su cargo y sus trabajos. «Leí una vez que los israelitas levantaron los muros de Jerusalén trabajando con una mano y sosteniendo la espada con la otra (Nehemías 4, 12). Esta es la imagen de lo que nosotras debemos hacer: no trabajar más que con una mano... ». «Os entregáis demasiado a esas ocupaciones», decía. Veía en ello una señal de ansiedad en su alma. La que Nuestro Señor censuró a Marta: Te inquietas por muchas cosas (Luc. 10, 41). Tenía la persuasión interna y profunda de que sólo una cosa es necesaria: persuasión profunda, sí, de que la unidad vivifica y fortalece, y que, por lo tanto, es menester recordar, entre la multitud de ocupaciones, que todo se debe reducir a la unidad, porque una sola cosa es necesaria.

Digámoslo una vez más: si Teresa multiplicaba sus pequeños sacrificios atenta a no desperdiciar ninguna ocasión, este cuidado no originaba en ella preocupación, inquietud o dispersión del espíritu; de ahí la paz, la libertad, la alegría y anchura de alma con que hacía sus pequeñas renuncias. Ya hemos visto cómo eliminó Teresa en su vida, y en su camino, todo artificio, complicación o multiplicidad. ¿Habremos de añadir que excluyó también lo extraordinario? Este último elemento no ocupa lugar en su santidad.

Teresa supo entenderse con Dios. Los pocos incidentes, ligeramente extraordinarios, que presenta su vida son de carácter pasajero y accidental, y ésta se mantiene en la región de los detalles ordinarios, comunes a toda vida religiosa. Y si hay algunos hechos que se salen de lo corriente, preciso es no exagerarlos. Yo me inclinaría más bien a quitarles importancia. Me parece la mejor manera de secundar los planes de Dios, que ha querido presentarnos en Teresa un modelo de santidad en su forma más ordinaria, más sencilla.

Teresa, ya lo hemos apuntado, estaba de acuerdo con Dios. Repetidas veces dijo que no quería en su vida nada extraordinario; era consciente de su misión. « Las maceraciones de los Santos -decía- no han sido hechas para mí, ni para las almas pequeñas que han de caminar por la vida ordinaria de la infancia espiritual.

Es preciso que las almas pequeñas no tengan nada que envidiarme». «Yo aprovecho las pequeñas ocasiones de mortificarme», pequeñas mortificaciones, pequeñas ocasiones, pequeñas acciones; ellas forjan la santidad de Teresa.

Supo mantener este sentimiento hasta el fin. Como le manifestasen el deseo de que muriese el día del Carmen después de la comunión, respondió: «Eso es demasiado para mí; las almas pequeñas no podrían imitarme; en mi caminito no hay nada extraordinario».

2

Habiendo excluido y eliminado tantos elementos, podemos ya decir en concreto qué es la sencillez, o cómo la entiende Teresa. ¿Qué veremos en ella? Un alma dominada por un solo deseo: el de agradar en todo a Dios. Alma sinceramente entregada a este ideal y, por consiguiente, actuando siempre a impulsos del mismo. He aquí «el alma entregada» de que nos habla Teresa, que no necesita, por lo tanto, rectificar constantemente su intención. Alma entregada; pero ¿a quién? Al Espíritu Santo; entregada por el deseo de amar al Amor infinito que quiere volcarse en ella. El alma que vive en esta disposición es libre; se siente dilatada, desligada de las dificultades y trabas que ocasionan la afectación, la complicación, la ansiedad, etcétera.

En eso consiste la sencillez; el alma sólo tiene un movimiento, una tendencia, un propósito, una ocupación: amar y agradar a Dios su Padre; deseo tan sincero y profundo como sencillo. Alma que lo haya adquirido, camina por la vía de la perfección y de la santidad. De hecho, los Directores de almas hemos de reconocer que, mientras no se despierte en un alma ese deseo, de poco sirven todos los métodos que se le sugieran. Poco o ningún fruto sacará de su oración, exámenes y lecturas, y aun sus propósitos de practicar la virtud serán poco menos que estériles.

Por el contrario, si un alma se deja invadir por el deseo del amor, si a él se entrega, sus progresos se acentúan, su camino es fácil, respira libremente, marcha a velas desplegadas. El Espíritu Santo le inspira, le conduce, le empuja hacia el amor.

El Venerable Padre Libermann, experto Director de almas, en una preciosa carta en que expone humildemente a un Sacerdote experimentado su estilo de dirección, le dice que, ante todo, procure despertar en las almas que Dios le confía el deseo de vivir para El, de amarle ardientemente. «Me esforzaba -dice- en comunicarles un intenso deseo de amar a Dios.» Estaba persuadido de que sin este deseo no se puede conseguir fruto sólido, profundo ni duradero. Procuraba, pues, llevar a las almas por el camino de la sencillez; descartaba la ansiedad inquieta de los deseos y de los propósitos; excluía todo artificio, afectación o complicación, y situaba al alma en el «unum necessarium». Al principio -continúa el Padre-, ni siquiera les hablaba de oración metódica, sino que les abría de par en par la puerta que da acceso a la vía de la renuncia total. Por este camino -añadía-, las almas llegan pronto a la contemplación.

Hay una gran semejanza (no en cuanto a la forma y el lenguaje, pero si en cuanto al fondo y la sustancia) entre el camino del amor de Santa Teresa del Niño Jesús y la vía de renuncia del Venerable Padre; más que semejanza diríamos identidad. Ambos caminan por la vía de la sencillez. Hagamos una aclaración importante. La sencillez, según la común opinión, es el término de la perfección, es la virtud de los Santos. Es cierto. Pero esta idea puede dar lugar a un equivoco. Considerando que la sencillez es una meta, hay quien conduce a las almas por caminos complicados, dificultados por mil prácticas ficticias, como si quisieran llegar a la sencillez por la complicación.

La originalidad de Teresa consiste en que, apoyada en el Evangelio, considera que la sencillez no es sólo el término de la santidad, sino también su punto de partida. Por eso su camino, el que ella llama «caminito» o vía de Infancia, es accesible a todas las almas sinceras y rectas.

Teresa trata de infundir en las almas la sencillez. Les dirá que todo se reduce a un deseo, uno solo; deseo muy sencillo y libre de rebuscamientos, de amar a Dios sinceramente, lo cual reducido a la práctica consiste en querer siempre lo que a El le agrada. ¿Podremos decir que con eso el alma ha conseguido la sencillez? Evidentemente que no; pero ha adquirido al menos la simplicidad de miras, la rectitud de intención. Ha entrado en el camino de la sencillez por la sencillez. Tiende a la simplicidad del término por la simplicidad de la intención y por la simplicidad del camino. En resumen, el camino que conduce a la santidad es el de un progreso constante, continuo, por la vía de la sencillez. En los comienzos, ésta sólo residirá en la intención y en el deseo de alcanzarla, pero impulsada por ese deseo inicial, el alma se irá liberando progresivamente de toda complicación por la vía de los pequeños sacrificios y de la renuncia total. Así, poco a poco, llegará a la sencillez perfecta, la sencillez de los Santos. En definitiva, todo se reduce al «oculus simplex» del Evangelio; ojos sencillos, mirada del corazón, limpia de intenciones torcidas.

La sencillez exterior en los modales, actitudes, lenguaje, etc., será un reflejo de la sencillez del corazón; sin ella, el exterior no será sino fachada, exenta de sencillez. Adquirida esta virtud, el alma entra en posesión de la verdad y de la sencillez evangélica. Se comprende la palabra de la Santa: «El Evangelio me basta.»

La labor de los Directores se reduce a lo estrictamente necesario para capacitar al alma a fin de que comprenda el Evangelio en toda su sencillez, y en El descubra el Amor.

¡Nada más grande y sublime que un alma así entregada! ¡Qué consolador para los Directores el saber que nuestra misión consiste en encaminar al alma para que se entregue a su Único Director, el Espíritu Santo que mora en ella! Y la mejor manera de que se entregue es crear en ella el deseo sencillo y sincero de contentar a Dios; de no tener otro anhelo ni otra preocupación que agradar a Dios, su Padre.

El alma que lo adquiere ya está entregada al Espíritu de Dios. El hará de ella una verdadera «hija de Dios». El Hijo Único del Padre, prototipo de todos los Santos, no hizo otras cosas: Yo hago siempre lo que a El le agrada (Jn. 8, 29). San Pablo no conoce medio más eficaz de santidad: A fin de que experimentéis lo que es voluntad de Dios, y cuán buena es, cuán agradable y perfecta (Rom. 12, 2).

¡Bendito sea Dios que confió a Teresa la misión de recordarnos que la sencillez es el punto de partida, el camino y el término de la santidad!

La víspera de su muerte pudo decir: « Lo único que vale es el Amor». Esa es la esencia del Evangelio.


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  Comentarios (7)
 1 El amor salva
Escrito por Sofia, el 08-05-2010 22:08
Santa Teresita Por lo hermoso de sus oraciones y palabras edificantes es una mujer que supo ser de Dios desde las cosas mas pequeñas de la vida y asi le pediria yo a ella que ilumine y ore a Jesús para ser una persona de paz y sencilla...
 2 Lo que a El agrada.
Escrito por Silvia, el 13-11-2009 21:57
El caminito de Teresita por la vía de la sencilléz, abre los ojos e ilumina para darnos una mirada diferente en nuestro diario caminar, y haciendo opción libre y liberadora de lo que simplemente es vivir y morir siempre buscando de hacer la voluntad de Dios y agradarle.
 3 salud
Escrito por raul jorge lucarini, el 19-10-2009 13:16
ESTIMADA SANTA TE AGRADEZCO DE CORAZON HABER SANADO A LA AMIGA DE MI HIJA JORGELINA DE TAN TREMENDO MAL Y TE PIDO QUEINTERCEDAS ANTE EL DIOS DE LA MISERICORDIA POR MI SALUD Y QUE PUEDE VER EN COMPANIA DE MI FAMILIA CRECER Y CUMPLIR 10 AÑOS A MIS NIETITAS RECIEN NACIDAS SIEMPOR CONFORME A LA VOLUNTAD DE DIOS Y NO LA MIA 
Y QUE ME LLEGUEN ROSAS SI ME HAN SANADOS GRACIAS SANTA SEÑORA
 4 MIS NANITAS
Escrito por rober., el 21-12-2008 09:57
CUANDO LA VIRGEN DORMIA,MI MADRE CAMBIABA LOS PAÑALES DE JESUS Y TERESITA,LO ACUNABA...
 5 VEN...MI NINO DEL PESEEBRE...VEN MI NIÑO
Escrito por ROBERTO SFORZA, el 21-12-2008 09:31
NO TE TARDES...DIME COMO AMARTE...
 6 Esperando la lluvia de rosas
Escrito por Anto, el 20-12-2008 09:29
santa teresita, he visto tu carita q transmite paz,lo cual nos acerca a nustro Dios. y asi confiando en vos en tu fe en el amor, para creer y recibir amor hay q dar amor.yo tambien te lo he prometido, bendicenos a nosotros R&A pa ra respetarnos y amarnos y esperar tu lluvia de rosas...amen
 7 Sencillez: "Ojos de Dios"
Escrito por Maribel, el 20-02-2008 14:23
Padre, Gloria a Dios! por esta bella,y clara exposición de la luz de Dios, "la sencillez"cuya esencia radica en el deseo de agradar a Dios, y en la confianza en su misericordia ante nuestra debilidad y miseria, un mix que que nos lleva a estar seguros abandonandonos en sus brazos. un Abrazo en Cristo"hacer todo con AMOR y por AMOR, incluso en dolor humano"Amén. 
Maribel
 
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