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Teresa entró al Carmelo de Lisieux el 9 de abril de 1888. Su toma de hábito tuvo lugar el 10 de enero del siguiente año. El período de noviciado toma unas cuantas líneas únicamente en su vida. "Me apliqué especialmente "dice" a los pequeños actos de virtud que fueran muy secretos y así amaba doblar los hábitos que habían olvidado las hermanas y buscaba mil oportunidades distintas para hacerles pequeños servicios. Me sentía también atraída a ejercitar las penitencias, pero no se me permitía satisfacer este deseo. Las únicas mortificaciones que se me permitían consistían en mortificar mi amor propio, lo que me hacía más bien que las mortificaciones corporales… Todo esto que he relatado en tan pocas palabras requiere en realidad muchas páginas, pero éstas páginas no serán jamás leídas en la tierra".
Su profesión tuvo lugar el 8 de septiembre de 1890. Mi Jesús exclamó en el fervor de su alma ese día "concédeme el martirio ya sea del corazón o del cuerpo, o mejor concédeme ambos". Y Dios quien según su propia confesión no le negaba nada, le concedió esta petición con más abundancia que ninguna otra. Su vida en el Carmelo podría describirse como un continuo martirio más doloroso por insospechado.
Había adoptado como su lema que "uno debe llegar al límite de sus fuerzas antes de expresar ninguna queja". Las austeridades del Carmelo fueron una gran prueba para una muchachita delicada de quince años, pero las abrazó en su totalidad, sin buscar ningún alivio. Algunas veces durante su noviciado, las novicias, viéndola pálida y exhausta, trataban de obtener alguna dispensa para ella, pero la Madre Superiora rehusaba invariablemente. "Un alma de este calibre", decía no debe ser tratada como una criatura, las dispensas no han sido hechas para las almas como ésta, déjenla en paz, Dios la sostiene. Además si esta enferma, debe venir ella misma a informarlo".
La hermana Teresa amaba declarar que ella no practicaba grandes mortificaciones y sin embargo, una vez cayó enferma por usar por demasiado tiempo, una cruz con puntas de acero, puntas que habían horadado su tierna carne. "Esto no hubiera sucedido nunca por una cosa tan sútil", dijo "si no hubiera sido que el buen Dios quiso que yo aprendiera que las maceraciones de los santos no pueden ser para mí, ni para las almas pequeñas que caminan como yo de modo tan infantil."
Estas mortificaciones externas no eran sino la manifestación aparente del espíritu de sacrificio que animaba toda su vida. En el diario de su vida, escrito en obediencia a su superiora, nos revela un espíritu de mortificación que era ya habitual en ella. Su espíritu de sacrificio se extendía hacia todo, hasta que al fin llegó a poder decir: "He llegado al punto en que no puedo ya sufrir más, porque el sufrimiento me es dulce".
¿Y quién podría decir cuáles eran los sufrimientos íntimos de esta pequeña alma heroica? terminó su autobiografía poco antes de morir, pero no fue sino hasta entonces que pudo decir: "hace ya algún tiempo, que el Divino Amo ha cambiado completamente su sistema para hacer que su pequeña flor crezca, encontrando sin duda que ya tenía bastante agua, la deja ahora crecer bajo los rayos tibios de un sol resplandeciente". Hasta entonces la aridez había sido su cruz y su sufrimiento íntimo tan intenso que pudo escribir: "Mi alma ha experimentado muchos tipos distintos de pruebas, he sufrido mucho aquí abajo. Pero ¡ay! si supiera el martirio que he estado sufriendo durante un año, que sorpresa causaría".
Y el sufrimiento, de un tipo o de otro, había sido su suerte desde el mismo principio de su vida religiosa "El sufrimiento lanzaba sus brazos hacia mí cuando vine al Carmelo y yo lo abracé amorosamente".
Su necesidad de la santidad se vio redoblada bajo estas pruebas. Le parecería que había una distancia inconmensurable entre ella y los santos y sin embargo, se decía a sí misma, Dios no le hubiera dado este ardiente deseo de santidad si no hubiera algún medio por el cual pudiera ella alcanzarla:
"Quiero encontrar un medio de llegar al cielo por un camino que sea muy corto y directo, un caminito que es bastante nuevo. Quiero encontrar un ascensor que me lleve directo a Jesús, soy demasiado pequeña para ascender la escalinata de la perfección".
Buscaba en las Escrituras la solución a sus dificultades y la encontró en estas inspiradas palabras: "Dejad que los pequeños se acerquen a mí" y "Te consolaré como a quien su madre lo acaricia, serás llevado en brazos y acariciado en el regazo". El "ascensor" fue encontrado. "el ascensor que me llevará a los cielos son tus brazos,¡Oh Jesús!. Así no tengo necesidad de crecer sino más bien permanecer pequeña más y más cada día".
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