La hija de Luis y de Celia

Alençon, calle de San Blas, número 36. El jueves 25 de junio de 1874, Celia Martin aca­ba de recibir la visita de sus obreras. Es la je­fa de su "fábrica de punto de Alençon y, to­dos los jueves, cuando las bordadoras van al mercado semanal y llevan el trabajo hecho, pequeños trozos de 15 x 20 cm, Celia tiene que empalmarlos aprisa, según el pedido que le hacen las tiendas parisinas.

Para descansar, Celia, tan hábil con la plu­ma como con la aguja, escribe a sus hijas mayores María y Paulina, pensionistas en el con­vento de la Visitación de Le Mans, donde es monja su única hermana, María Luisa Guérin.

Cinco hijas es demasiado. Pero ¡demasiado poco! Cómo le hubiera gustado a Celia con­servar a sus dos niños y sus dos niñas que la muerte arrancó a su amor maternal. De las cin­co que le quedan, María y Paulina tienen, res­pectivamente, catorce y trece años y prometen mucho. Leonia, la tercera, tiene once años; de temperamento bastante arisco y obstinado, le causa continuas preocupaciones. Después, es­tá Celina, de cinco años, y Teresa, la benjami­na, de año y medio, joya de su corazón.

El corazón de Celia está constantemente con sus hijas. En este momento, las dos más pequeñas juegan en el jardín con su papá, su esposo, Luis. "Vuestro padre acaba de instalar un columpio -escribe-, Celina está loca de contenta, pero hay que ver columpiarse a la pequeña [Teresa]; es para reírse, se porta co­mo una jovencita, no hay peligro de que suel­te la cuerda y, cuando va despacio, grita. Se le ata por delante con otra cuerda y, a pesar de to­do, yo no estoy tranquila cuando la veo allá arriba..."

¿Cómo podrá compartir Teresa esta inquie­tud? ¿No está allí su papá, su "rey", del que, a cada vuelta del columpio, siente su mano fuer­te que, con demasiada dulzura, la empuja ade­lante? Y, ¡aúpa! ¡Más alto!

Así es ella, la pequeña. ¡Siempre más alto! Un día comparará la santidad a la cumbre de una montaña. ¡Más alto! ¡Hasta el cielo, si es posible! Porque en esta casa de la calle de San Blas con frecuencia se habla del cielo. Es el objetivo formal de sus vidas. Los Martin tie­nen, en definitiva, las costumbres de los espi­rituales realistas.

Luis sonríe cuando ve la alegría y la con­fianza de la pequeña, su novena... Cómo com­parte lo que su esposa escribe sobre la peque­ña en sus largas cartas a María y Paulina, o a la monja de Le Mans y a su hermano Isidoro Guérin, farmacéutico en Lisieux. "Parece muy inteligente... Será hermosa y ya es graciosa" (CF 117). "Cada día es más graciosa, está bal­buceando desde la mañana hasta la tarde" (CF 118). "Es muy inteligente y nos da conversa­ciones muy entretenidas. Ya sabe rezar a Dios" (CF 130).

¡Más alto! Al fin, la pequeña Teresa se can­sa. Pues nunca se llega tan alto como querría ella... Y de pronto, ante los ojos de su corazón "amable y sensible" (A 4v) se abre otro mun­do: su mamá.


 

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